Fruta podrida

Danielle Navarro Bohórquez
2 min readMar 22, 2020

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No sé qué tan sabio sea leer historias perturbadoras en medio de una crisis de pandemia global, justo cuando somos más conscientes de lo frágil que es el cuerpo y de cuánto miedo nos produce estar enfermos. Pero si usted, como yo, se estimula con la perturbación de la literatura, lea esta novela.

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Zoila sufre de diabetes, una enfermedad degenerativa que la obliga a ser testigo de su propia descomposición. Su cuerpo es como una fruta dulcísima que se va pudriendo y ella lo nota. Tiene la vista borrosa y los intensos calambres en los pies le anuncian que el tiempo empieza a cortarse.

Aun así, no siente miedo ni angustia.

“Estoy bien”, le dice a su hermana, aunque sabe que no es cierto.

“Nunca — dice — me había sentido más dueña de mi cuerpo”.

En Fruta podrida, la enfermedad es como una lámpara que pone la luz, no solo en el cuerpo enfermo y vulnerable, sino en una sociedad perfeccionista y aséptica, empecinada con la salud y el alto rendimiento.

La hermana de Zoila, María del Campo, es un ejemplar de ese sistema. Trabaja en una empresa que exporta frutas, y la misma obsesión que tiene por la esterilidad de la fruta y por la productividad de la empresa, la tiene también con la sanidad del cuerpo propio y ajeno.

Una de las obsesiones de María, uno de sus “emprendimientos” (como diría Zoila), es curar a su hermana.

“Tanto laborar eliminando pestes ajenas y ahora tener que convivir para siempre con un mal incurable en mi propia casa”, dice María, quien se opone a romper su promesa de lograr siempre lo que quiere.

Entonces María entra en un juego oscuro que el lector —con Zoila, la narradora — percibe todo tiempo. El lector sospecha porque nada es claro; desconfía de María, de los médicos y de sus buenas intenciones.

Zoila se rehúsa a los cuidados de María y se opone a la posibilidad del alivio; ella encuentra en la enfermedad una manera de vivir, un modo de resistirse a un sistema que, bajo la premisa de la salud, abusa del cuerpo ajeno y nos insiste en que debemos estar sanos para ser productivos y felices.

Permanecer en la enfermedad es para Zoila una conquista de su autonomía; pero como toda conquista de libertad, la enfrenta a la incertidumbre y al desamparo.

Mientras que el mundo nos presenta la enfermedad como una amenaza, Lina Meruane sugiere que la existencia misma es una “larga enfermedad que va corrompiendo el cuerpo por dentro y por fuera”, sobre todo en esta sociedad del alto rendimiento, en la que el tiempo es “una herida que se infecta”; en esa misma que, dice Byung-Chul Han, uno guerrea sobre todo contra sí mismo.

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