Animales que devoran libros
Hay un montón de animalitos con una extraordinaria habilidad: ellos, como cualquier lector voraz, también devoran libros. Se esconden en lugares recónditos de librerías, bibliotecas, armarios o roperos de papel; nadie los escucha y rara vez son descubiertos in fraganti. Pero eso sí: una vez concluidas sus hazañas, las marcas de su paso por los libros dejan secuelas irreparables como palabras perforadas, textos despedazados o historias descuartizadas hasta el último sentido.
Algunos de estos bichitos — cuales lectores perezosos — sucumben a mitad de camino y después los encontramos, aplastados, entre las páginas del libro. Quizá no pudieron soportar el peso de la lectura.
Otros, más perseverantes, aunque prudentes, atraviesan el libro por completo pero apenas dejan un hueco diminuto. Sus huellas son como profundas galerías de círculos perfectos que traspasan unas cuantas páginas — o todas — sin involucrarse con el texto.
Y también hay unos, malditos despiadados, que rompen nuestros libros con la ira de un lector desesperado que quizá no comprendió — o que comprendió demasiado — la lectura. Estos confianzudos penetran el libro, atacan las hojas sin piedad, las rompen por la mitad, despedazan las palabras, descuartizan las historias, se consumen la tinta de los textos y dejan, en lugar de palabras, las huellas de sus dientes. Y no falta el descarado que deja allí sus excrementos: quién sabe residuos de cuál texto.
Pero, ¿quiénes son estos bandidos y por qué devoran nuestros libros, a veces antes que nosotros?
Pececillos de plata, piojos de los libros, termitas, polillas, moscas, hormigas, avispas, mariposas, chinches y hasta ratas son algunos de aquellos animales que hacen recorridos a lo largo y ancho de los libros, ¡de nuestros libros!
Normalmente son insectos que se alimentan de madera o de partes de las plantas donde se almacena almidón, de ahí que se sientan atraídos por materiales como papel, pergaminos, pieles, plásticos, adhesivos, cueros, telas, tintas, hilos y madera.
Si alguna vez usted descubre a un bicho en una de estas gestas literarias, por favor, piénselo antes de matarlo, no vaya usted a convertirse en otro de esos criminales — uno más — en cuyas manos mora la frustración de un nuevo lector fallido.